Cien

Carlos consideraba que el número cien le traía mala suerte. Según él, desde que cumplió cien meses y cien semanas, cada cien días exactamente le ocurría algún suceso desdichado. Estaba obsesionado, veía el número cien por todas partes: en su fecha de nacimiento (quince doce del setenta y tres) o en sus iniciales (Carlos Ignacio Estrada Navarro). No soportaba tener un billete de cien en la mano, tenía fobia a los ciempiés sólo por su nombre y abandonó el colegio para no leer “Cien años de soledad”.
Se suicidó cuando supo que su historia se podía contar en cien palabras.

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Este microrrelato es uno de los dos que envié, sin éxito, al concurso de la Fundación César Egido Serrano. Aquí está el otro.

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